Cuando se llega a la capital no se entiende muy bien que se esta en Centroamérica: rascacielos de 70 pisos, cadenas de comida rápida norteamericanas por todos lados, hoteles, casinos y restaurantes cinco estrellas y casi no hay gente caminando las calles, hay zonas donde no llega el transporte público, todos autos importados como si los hubieran regalado.
Ante la sorpresa, pregunto y aprendo: el Canal de Panamá deja de ingresos limpios siete mil millones de dólares al año, la capital del país crece a ritmos e índices admirables pero, ¿Y el interior?
Las ciudades parecen detenidas en el tiempo, como si hubieran quedado tal cual eran en la Vieja Colombia (9 días después de la independencia de Panamá se aprobó por ley el desembarco y soberanía de los E.E.U.U en la zona del canal)
David y Santiago, las principales ciudades del interior, apenas si son caseríos asentados sobre la ruta Panamericana, sin industrias, comercios ni vida propia, cuasi dependientes de la asignación que les fija la capital.
Los pueblitos costeros sobreviven por lo que la naturaleza les dio: el Caribe limpio y claro hace que Bocas del Toro tenga aeropuerto y turismo propio; el pacifico templado y con olas atrae surfistas que se acercan a Farrallon, Santa Clara y Boca Brava.
¿Cómo se llamaba esa palabra de moda que solo encubre falsos progresismos? Ah si, distribución de la riqueza. Ojalá que aquí también llegue esa lluvia.
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