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viernes, 25 de febrero de 2011

Blog de Viaje VI: Santa Marta

Todos los viajeros que crucé iban para ésta ciudad, y tantas veces oí hablar de ella, que cuando llegue me sorprendí al ver lo poco que hay para hacer en Santa Marta: no tiene buenas playas ni paradores, no hay movimiento nocturno y lo único cultural para visitar son las casas de Simón Bolívar y de “El Pibe” Valderrama, eso si que todos los lugareños te lo recuerdan: aquí decidió morir el Libertador mas grande de América, y de aquí es oriundo el ídolo popular colombiano. Ambos tienen su propia estatua.

Lo mejor de Santa Marta son el clima y la sensación de seguridad; el promedio de temperatura anual es de 31°, es decir que en cualquier época del año te tocarán lindos días para descansar. Además, fue el lugar donde mas tranquilo me sentí al caminar, tanto de día como de noche, y no es que haya gran presencia policial como en Cartagena, sino que es un pueblo tan calmo y su gente tan calida, que aunque transites por calles desabitadas y oscuras no se percibe esa sensación de que te puede ocurrir algo malo.

Al tercer día nos fuimos para Tayrona, éste es un parque nacional y reserva ecológica, el colectivo te deja en la puerta del parque y desde allí hay que caminar 2 horas por medio de una selva tropical (donde en el camino se te cruzan lagartijas, toda clase de mosquitos y si es un mal día te pueden aparecer serpientes cascabel) para llegar a las playas mas bonitas de Colombia, ya que la mezcla de montañas, rocas y el mar verde-azulado hacen del paisaje algo que no se puede dejar de mirar.


Cuando emprendíamos la caminata de vuelta al día siguiente, nos cruzamos con tres personas no videntes perdidos en la selva, me llenó de orgullo que mis amigos se ofrecieran para colaborar y auxiliar.
El camino era muy peligroso, había que saltar unas piedras y estas tres personas no iban a poder, pedimos ayuda a la gente que pasaba (la mayoría chicos de Capital Federal) pero éstos ni se inmutaban, así fue como esperamos casi 40 minutos hasta que un bañero del lugar nos ayudó con el traslado de la gente hasta la base del parque.
Cuando llegamos, los colombianos curiosos se acercaban para agradecernos y se sorprendían al conocer nuestra nacionalidad: “que raro argentinos tan solidarios”.
Reitero que los aplausos van para mis compañeros, pero, ¿Por qué tenemos esa imagen en el extranjero? ¿Nos la ganamos ó es ya un prejuicio difícil de erradicar?
Me inclino por la primera opción, me bastó ver como actuaron los mas de 20 argentinos que pasaron por alado nuestro y ni una palabra de ayuda ante dicha situación.

Nuestro último destino era Taganga, ubicado a 20 minutos de Santa Marta, es un verdadero pueblito pesquero, (a las cinco de la tarde en la playa, los pescadores venden lo que pudieron atrapar con sus redes ese mismo día) donde no hay ninguna calle pavimentada, ni taxis y no vimos ni un solo policía.


La estadía en Taganga no ofrece muchas opciones: de día ir a la playa y hacer buceo, por las noches salir a comer e ir al único boliche de la ciudad; éste lugar tiene fama de no dormir, ya que la única gran atracción aquí es que el movimiento nocturno es de lunes a lunes.

La mayoría de los lugareños son viajeros que se radicaron: la dueña de nuestro hostal hablaba poco español y bien el francés, para comer un italiano amasaba pastas, mientras que un español ofrecía tortillas sevillanas y como no podía faltar, un argentino tenía su bar con ambiente futbolero. El parecido con Montañitas (Ecuador) es evidente.

Así fue como los días en Colombia se terminaron, hermoso país que intenta cambiar su imagen violenta, que para algunos es su condición, pero nunca será su destino.
Su gente fue el condimento especial del viaje, con personas así, aunque seas extranjero, nunca lo te lo hacen sentir.

Fin

martes, 8 de febrero de 2011

Blog de Viaje V: La Guajira

Me estaba cansando de la rutina, de tener todo organizado y de recorrer lo mismo que la mayoría de los argentinos que crucé. Fue un punto de inflexión en el viaje, decidí ir a un lugar del que no supiera nada, que nadie me lo haya recomendado y que nunca estuvo en los planes.
Me sumé a unas colombianas que amablemente me invitaron a pasar 4 días en el departamento de La Guajira; la hoja de ruta incluía: Riohacha, Manaure y Cabo de la Vela.

En el camino a Riohacha lo primero que se me vino a la cabeza fue el nombre de Gabriel García Márquez, es que éste siempre nombra en sus cuentos a alguna mulata caderona, personaje estrafalario o gitano proveniente de allí. Pensábamos hacer trasbordo y quedarnos solo 6 horas, terminamos pasando 2 noches.

Es un pueblo bajo, no hay muchos edificios, su calle principal es la Nº 1 que tiene solo 20 cuadras que bordean al mar, en ella se concentran toda la actividad de la ciudad: restaurantes, confiterías, puestos de turismo y discotecas.
Aquí no hay hostels para viajeros, hay pocos hoteles y se ven pocos turistas (donde nos alojamos éramos los únicos huéspedes), ya que la mayor parte de éstos pasa por Riohacha para salir en camioneta al Cabo de la Vela.

No obstante el poco movimiento, esta ciudad sabe tratar al extranjero, TODA la gente es cálida, su máximo orgullo es que el foráneo no se sienta como tal.
Vale la pena contar una de las tantas cosa que sucedieron: con mi amiga a las seis de la mañana buscábamos un baño para ella, alguien nos vio preguntando, se acercó, camino una cuadra con nosotros y abrió su ¡Boliche! ya cerrado para prestarnos el baño.

Caminar por sus calles de punta a punta, tomar jugo de mango con la sola compañía de las señoras que lo venden, y por las noches comer cocktales de camarón con cerveza de parado en la playa fueron de lo mejor de mis días en Colombia. En Riohacha no hay nada para ver, y ese es su encanto, para enamorarse de un lugar no hacen falta que estén las siete maravillas.

Seguimos a Manaure, zona donde habita la comunidad indígena Wayuu; es la capital salífera del país, de donde se extrae el 60% de la sal que se consume en Colombia. Un lugar de novela donde se ven montañas de la sal más pura (que parecen glaciares) y a 20 metros el mar caribe con su color particular.
Aquí se repite la historia de siempre, un wayupe me explicó lo que me imaginaba: los indígenas extraen y trabajan el mineral en jornadas de hasta 11 horas, a cambio de un salario exiguo; la empresa que explota estas tierras esta en manos de capitales extranjeros, y las regalías que se recibe a cambio son un chiste. ¿Te suena?


Terminamos en Cabo de la Vela, un desierto al que solo se llega en 4 x 4 y pagando una bolsa grande de caramelos de peaje, ¿Cómo es esto? El camino es complicado, arenoso y con mucho barro, en el medio de la nada, te topas con una soga a un metro de altura que te impide el paso, quien amarra estas cuerdas es un niño o niña que nunca tienen mas de 12 años, si no le convidas caramelos (y bastantes) no te abren paso.
A estos chicos se les llama “pelaos”, nos cruzamos a mas de 10.
No es realismo mágico, lo vi con mis propios ojos.


El Cabo es un rancherio, no hay luz, ni agua ni camas, solo hamacas para dormir y una cantina para comer, para bañarte podes comprar por un dólar un balde de agua de río y con el hacer lo que se pueda. Los originarios reciben a quienes se animan a llegar allí, ellos cocinan, atienden y explotan esta playa cristalina y tierras que les pertenecen; sus costumbres y tradiciones se respetan a rajatabla y también las explican en español, ya que entre ellos hablan su dialecto.


Aunque me dolió dejar a mis compañeros de viaje atrás, la experiencia de La Guajira no la olvido más, recorrer pueblitos en camioneta con gente colombiana, conocer esos lugares que nunca estuvieron en mis planes y ser tratado como fui, me hacen pensar que conocí el país que vine a visitar. Me quedan pocos días pero estos fueron de los más intensos.