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lunes, 5 de septiembre de 2011

Detrás de todo el Vil

Era la hora de la siesta, se hablaba de derecho ambiental y todos bostezaban, de repente la profesora comenta del importante honorario que logró gracias a un artículo y de repente todos escuchan atentamente, miró esas caras y pienso…

Lugar común: vaciamos de contenido a nuestra sociedad; nacemos, crecemos, nos educamos y estudiamos para ganar plata. Esta bien que de algo hay que vivir, pero ¿Por qué tiene que ser lo más importante?¿ Por qué toda acción u omisión la tenemos que cuantificar en dinero?

Somos mal aprendidos: Fernando Burlando es el éxito y un maestro rural el fracaso; así estratificamos y todos corren detrás de ello. El compromiso con el otro, hacer cualquier trabajo social o por el solo hecho de ayudar y hacer el bien, es para la gran mayoría un sueño de adolecentes o un hobby de millonario desocupado. Una voz fuerte querrá cortar esas alas: “” ¿y de qué pensás vivir?””

No quiero plantear utopías ni socialización de la producción, solamente darnos cuenta lo poco importante y cuan ansiado es una vida al servicio de obtener y acumular dinero por el solo hecho de hacerlo.

Creo que todos deberíamos formarnos e ir adquiriendo una vocación que tenga en cuenta una función social, aportar con un mínimo granito. Trabajar, ser honesto y pagar los impuestos no alcanza, ello no es una virtud sino una obligación.

El prestigio y el éxito no pueden ser otorgados por la marca de auto que manejamos, aunque para muchos es así. Revaloricemos las acciones altruistas, hagamos cosas sin esperar nada a cambio, comprendamos que colaborar y ayudar a quien lo necesita es mucho más satisfactorio que un jugoso honorario. Dejemos de hablar y pensar en dinero.