En toda mesa y discusión argentina sobre políticas sociales aparecen dos tópicos comunes: hay que fortalecer la educación como pilar del futuro y volver a la cultura del trabajo, esa que trajeron nuestros bisabuelos de los barcos.
A veces por un caso aislado que puedo haber sucedido o no, el opinólogo medio generaliza y afirma: “la gente ya no quiere trabajar, les conviene recibir ayuda del Estado y todos esos planes”. Es una falacia tan grande y repetida que todos caímos allí alguna vez.
El Centro de Investigaciones de la U.N.C realizó un estudio sobre trabajos ofrecidos en los diarios durante el año 2010 y así determinó que por cada puesto ofrecido hay veinticinco aspirantes a ocuparlos. ¿Dónde está entonces la tan en boga cultura anti trabajo? Me aventuro en concluir que quien no trabaja es porque no encuentra un empleo, simplemente existe mas demanda laboral que oferta de la misma. Esto sucede en todos los países.
Acaso ¿alguien conoce un cierre de fábricas porque los obreros decidieron no seguir en sus funciones? ¿O de verdad pensamos que una persona puede optar por recibir un dinero ínfimo antes que tener un empleo en blanco, bien remunerado, con obra social, seguro de desempleo y aportes jubilatorios?
No quiero meter en el medio las medidas asistencialistas o subsidios que el Gobierno entregó o entrega, solo derribar la paradoja de que las clases bajas no trabajan porque no quieren; es un mito tan anacrónico y reduccionista como el tristemente célebre “el pobre es pobre porque quiere”.