El primer día me di cuenta de que Cartagena de Indias tiene dos realidades bien distintas y marcadas, siendo malo y politizado podría decir que es una postal del capitalismo a ultranza: en Boca Grande y Castillo Grande, las zonas top, se ven edificios de 60 pisos todos vidriados, autos de alta gama e importados, y comer en los restaurantes sale arriba de 100 dólares. A 10 cuadras se encuentra la zona del viejo mercado, allí hay mucha gente mendigando, durmiendo en la calle y revolviendo basura para comer lo que otros botan.
Las playas de Cartagena no son como uno se lo imagina, su cercanía con el rió Magdalena hace que sus costas del este sean sucias, poca arena y muchas piedras. Solo en Boca Grande y El Laguito hay carpas y verdaderos balnearios. La mayoría de los que visitan la ciudad, se embarcan hacia Playas Blancas en la isla de Barú, a solo una hora en bote y es allí donde se puede disfrutar de playas vírgenes y paradisíacas.

Las zonas más antiguas y coloniales son Getsemaní y la Ciudad Amurallada, barrios populares y con historia, en ellos el paisaje combina a turistas tomando fotos y vecinos humildes que toda la vida vivieron allí. Al caminar por ellos te da la sensación de estar en otro siglo, el tiempo parece detenerse al ver como su gente esta todo el día sentada en la calle, charlando ó escuchando música, las puertas de casa están todas abiertas, y se almuerza y cena en pequeñas mesas que se ubican en la vereda.

Aquí fue el único lugar de Colombia donde sentí que no se trata al extranjero como en otras ciudades, es que al haber tanto turismo internacional, los vendedores ambulantes (que son muchos y molestos) siempre te quieren cobrar de más ó engañarte, y no prestan atención ni ayuda cuando le es requerida.
También fue el lugar del país donde el comercio de drogas es desvergonzado, mientras uno camina tranquilo por la calle te ofrecen a viva voz todo tipo de sustancias prohibidas; la policía (casi en todas las esquinas) mira para otro lado.
Me pareció que existía un pacto implícito entre traficantes y uniformados, ya que es imposible no darse cuenta, pregunté y un señor me dijo: “la policía no actúa porque ellos venden tranquilos a cambio de que no se atraque turistas. Va a ser muy difícil que dejemos de convivir con estos mercaderes de la muerte”
En pocos días me alcanzó para conocer lo que hay que visitar: Ciudad amurallada por dentro, castillo San Felipe y Centro de Convenciones Getsemaní. Pensaba quedarme cinco noches, pero me vi conociendo la Colombia superficial, la que se quiere mostrar y no la verdadera. En la playa no pude conversar con ningún lugareño porque solo hay europeos, australianos y argentinos; decidí dar un giro de 180 grados, no quería pasar mi estadía ombligo arriba.
Aunque partí antes de tiempo, no se puede negar que Cartagena es muy bonita, cómoda y segura, todo esta dado para que el turista disfrute allí sus vacaciones, sucede que no era el tipo de viaje que tenia planeado, supongo (y espero) que de grande podré volver para estar tirado sin hacer nada.
Con un poco de suerte, casualidad y hasta imprudencia, dejo a mis amigos en Cartagena y me sumo a unos colombianos que van hacia La Guajira, frontera con Venezuela.
Será hasta entonces.